miércoles, 3 de junio de 2020

LOS TIBURONES SOCIALDEMÓCRATAS HUELEN SANGRE: LA INTERNACIONAL PROGRESISTA

Aún los enemigos de los trabajadores no se habían terminado de sacudir sus fracasos políticos, inherentes a su condición de salvadores del capitalismo y embaucadores del pueblo, cuando ya intentaban crear una nueva forma de engaño. A principios de octubre del año pasado en Argentina, cuando aún no había sido electo Alberto Fernández -a quien parte de las masas recurrieron ante la tremenda pobreza en la que los había sumido el empresario de derecha Mauricio Macri-, ya los buitres del mal llamado socialismo del siglo XXI y sus amigos, gestaban una nueva mascarada: el Grupo de Puebla.

La “inédita” organización estaba conformada por caras conocidas, difíciles de olvidar, como:

José Mujica, de Uruguay, quien salió de la presidencia uruguaya de manera regular, eso sí, sin tocar un ápice la propiedad privada de los ricos, quienes continuaron con sus privilegios, sin acariciar siquiera las grandes empresas extranjeras que explotan las tierras y los recursos naturales del país. Quiénes vivieron su mandato en carne propia, rechazan los elogios que se le dan y recuerdan que en el Uruguay aún persisten los pobres en las calles.

Rafael Correa, ex presidente de Ecuador y líder de la supuesta “revolución ciudadana”, antes de ser electo les prometió un cambio a las masas y desacreditó los partidos tradicionales de la burguesía para luego gobernar a favor de los banqueros y los empresarios que obtuvieron las ganancias más cuantiosas de la historia ecuatoriana. Para sacudirse los reclamos de los pobres, Correa reprimió violentamente a la disidencia popular y a las multitudes, quienes, decepcionadas, no movieron un dedo, salvo algunas manifestaciones débiles que no fueron suficientes, cuando sus enemigos, encabezados por el actual presidente Lenin Moreno, dentro del Partido decidieron liquidarlo.

Dilma Rousseff, ex presidenta de Brasil y líder del Partido de los Trabajadores (unión de organizaciones antimarxistas), sacada de su trono por la fuerza de la “justicia” sin el apoyo de las masas trabajadoras que no simpatizaron, como era de esperarse, con sus políticas económicas a favor de los monopolios brasileros. Fiel representante de la socialdemocracia y apoyo incondicional de Luiz Inácio Lula da Silva, condenado por corrupción, Dilma no dudó en darle la mano a partidos de derecha, que luego le arrebataron el poder.

Fernando Lugo, el 48º presidente de Paraguay perdió su posición como mandatario tras un juicio político en el año 2012; por supuesto, no recibió demasiado apoyo del pueblo que vió cómo, el también obispo, pospuso la reforma de la propiedad de la tierra y las libertades sindicales luego de 30 años de sangrienta dictadura de Stroessner.

Clara López Obregón, socialdemócrata colombiana de izquierda, siempre ha vivido adherida, como un apéndice, al Estado, y en sus múltiples intentos y fracasos por ocupar altos cargos dentro de él, finalmente, acepta el cargo, bajo el gobierno de Santos, de Ministra del Trabajo, y se encarga de proteger los intereses de los capitalistas al hacer cumplir, como funcionaria pública del Estado burgués, las leyes que facilitan y agudizan la explotación. A su lado, también figura el expresidente de Colombia, Ernesto Samper (o señor “Proceso 8.000”), descendiente directo de la aristocracia española de los tiempos de la colonia, y célebre por haber recibido dineros provenientes del narcotráfico, específicamente del cartel de Cali, para financiar su campaña presidencial en el año 1994.

Evo Morales, quien fue rechazado legítimamente por el pueblo, al rendirse ante la burguesía y trabajar para los intereses de los ricos. Huelgas, paros nacionales y activa lucha en las calles demostraron cómo el pueblo condenó el gobierno entreguista de Evo; el apoyo insuficiente por parte de las masas a su gobierno, impidieron que él se mantuviera en el poder cuando la oligarquía boliviana lo destituyó.

De los rostros nacidos fuera del continente americano, hicieron su aparición personalidades como José Luis Rodríguez Zapatero, el social-imperialista español cuyas políticas económicas recrudecieron la pobreza en España durante más de un lustro y que tiene en su saldo a favor el hecho de haber participado en la intervención criminal en Irak.

La lista de los asistentes es larga y la de las ausencias, notoria. Nicolás Maduro, el sucesor de Hugo Chávez que tiene a Venezuela de rodillas y sumida en la pobreza tras cinco años de depresión económica e hiperinflación rampante, era un invitado usual de estos encuentros. Ni se le vió aparecer por Puebla o por Argentina.

Andrés Manuel López Obrador, recién electo presidente de México tampoco se dejó ver en el Grupo de Puebla. Su gobierno decepciona cada día más a los desamparados, que se dan cuenta de que, a pesar de que se haya declarado “el fin del neoliberalismo” en territorio mexicano, aún persiste la pobreza y las políticas económicas destinadas a mantener los beneficios de la burguesía. Atemorizado por las constantes huelgas y luchas callejeras que mantiene el proletariado para mejorar sus condiciones de vida, este enemigo del pueblo ha roto su principal promesa electoral y firmó un decreto que autoriza el uso de las Fuerzas Armadas y la Marina para uso de “seguridad ciudadana”, hasta el 2024, año que termina su mandato.

El nombrado Grupo, ha decidido calificarse como un “contrapoder a los gobiernos de derecha”, que ahora -y sin que ellos asuman parte de la culpa, por supuesto, de haber abierto el camino a los gobiernos de derecha que tanto critican- abundan en América Latina.

Así justifican su proyecto: “Nuestra región experimenta una nueva ola de gobiernos neoliberales que insisten en promover los intereses y privilegios de una élite socioeconómica a costillas del desarrollo de nuestros pueblos, frustrando sus posibilidades de desarrollo y bienestar social, a la vez que debilita nuestra soberanía, nuestras instituciones democráticas, el Estado de Derecho, la vigencia de los derechos humanos y el ambiente”1.

Abstengámonos, por el momento, de preguntarle al Grupo de Puebla por qué todavía existe la criticada “élite socioeconómica”, después de más de una década de sus gobiernos, y veamos cuál es su propuesta: “Ante esta situación, invitamos a las y los progresistas a construir un nuevo proyecto común que, aprendiendo de nuestros errores y recuperando nuestra vocación de mayorías y de gobierno, nos permita devolverles a nuestros pueblos la esperanza de una sociedad más justa, más solidaria, más igualitaria. Proponemos diseñar una nueva mirada, que se ajuste a los nuevos tiempos y convoque a todos los sectores de la sociedad a cuestionar el orden imperante, denunciando los intereses de la derecha, laboralizando la política a través de nuevos vínculos entre el mundo del trabajo y nuestros debates, y promoviendo las nuevas expresiones de organización social y ciudadana, que buscan la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres, la protección del medio ambiente, la inclusión y respeto de las diversidades, una mayor transparencia y la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones”2.

“Aprendiendo de sus errores”, los miembros del Grupo de Puebla repiten las mismas peroratas; sus fracasos innegables les obligan a mencionar dichas “equivocaciones” y las presentan como simples errores fácilmente corregibles.

Detrás de esta falsa “autocrítica”, ocultan su estrecha visión, su incapacidad de pensar fuera de los límites del capitalismo al que no pretenden superar. Por un lado, los miembros del Grupo de Puebla no dicen una sola palabra en contra de la propiedad privada sobre los medios de producción; no ponen en duda a quién debe pertenecer la riqueza personal de gente como Luis Carlos Sarmiento Angulo y Alejandro Santo Domingo en Colombia, Lorenzo Mendoza, Víctor Vargas Irausquín en Venezuela, Paolo Rocca, Alejandro Bulgheroni en Argentina, Jorge Paulo Lemann, Joseph Safra en Brasil, Alvaro Noboa, Fidel Egas Grijalva en Ecuador...

Por otro lado, prometen “una sociedad más justa, más solidaria, más igualitaria”, palabras abstractas que no tienen asidero en la realidad ni en el modo de gobernar que ellos pretenden. No les preocupa a los miembros del Grupo de Puebla que sus errores retumben en los cerebros del proletariado, pues los partidos comunistas les siguen ciegamente allí donde ellos aspiran hacerse del poder.

La historia ahora se repite como farsa. Los socialdemócratas de nuestro continente habían jugado ya su rol como salvadores del capitalismo, como aquellos que prepararon la pista para el aterrizaje de la derecha durante los últimos años del siglo pasado y los primeros años del siglo actual. Cuando las masas, ya hartas de los "programas estructurales" impuestos por el Fondo Monetario Internacional, estaban saliendo a las calles a protestar, los partidos socialdemócratas entraron a la escena con una retórica populista que se fortaleció en el año 2008, durante y después de la crisis de sobreproducción que ocurrió en todo el mundo con la excepción de China.

Este supuesto socialismo, justificó su autodenominación basándose en las medidas económicas y fiscales que realizaron mientras ejercieron (y aún ejercen, como es el caso de Venezuela) el poder. Para engañar a los explotados y vender ideas falsas de igualdad, invirtieron cuantiosas sumas de dinero en proyectos sociales que decían cubrir las necesidades del pueblo, pero precisamente, para evitar el espanto que causa la socialización de los medios de producción, sencillamente aumentaron el impuesto a la renta del capital de las empresas privadas, medida que se ejecutó en el período de la bonanza de exportación de materias primas (mercancías fundamentales para mantener la producción en los países de economías desarrolladas) y el alza de inversión extranjera posterior a la crisis del 2008 en Latinoamérica, por ejemplo, en el año 2012, la exportación de capitales a América Latina llegó a un aproximado de 244.000 millones de dólares.

En ninguno de los países que se mostraban como ejemplares (Argentina, Venezuela, Ecuador, Brasil…), hubo intervención a la propiedad privada del gran capital nacional y extranjero, y si de una u otra forma, se llegaron a nacionalizar empresas, ésto se hizo en función de aumentar la burocracia estatal y las burguesías emergentes, no a favor de la clase obrera.

Aún con esas astronómicas cifras en los índices económicos de exportación de capitales y altos precios de la materia prima que exportan, los progresistas de distintos colores no pudieron escapar, como es lógico, de los efectos colaterales de la competencia, de la anarquía de la producción, de la proliferación de la pobreza, algo natural en el capitalismo. A pesar del discurso anti-imperialista, tampoco hubo un cambio importante en la posición de los países de América Latina en el sistema imperialista (solamente hubo cambios de alianzas en algunos países que se acercaron a los imperialistas chinos y rusos) y por lo tanto estuvieron sujetos a las fluctuaciones del mercado internacional. Así como sostuvieron, durante unos pocos años, ciertas políticas públicas destinadas a atenuar las contradicciones entre el proletariado y la burguesía -siempre en favor de mantener el reinado perpetuo de esta última-, así de rápido empezaron a volverse cada vez más represivos, más violentos, más descarados.

Ahora el Grupo de Puebla, tras tantos fiascos y derrotas, se propone como alternativa ante las masas trabajadoras; incluso han decidido, formalmente y en consonancia con el espíritu de la socialdemocracia del siglo XX, sumarse al llamado de una “Internacional Progresista”, propuesta desde el 2018 por intelectuales pequeño-burgueses y notorias figuras representantes de las clases poseedoras de diferentes países del mundo. Dentro de este nicho encontramos a los siguientes bandidos:

Celso Amorim, viejo burócrata del Estado brasileño desde el año 1987 y cuya importancia se elevó sobre todo en el gobierno de Lula da Silva gracias a actuación como Ministro de Defensa.

El famosete ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, ferviente promotor del revisionismo latinoamericano. Aprovechándose de su antigua militancia armada en el Ejército Guerrillero Tupaj Katari y haciendo uso de una versión distorsionada del marxismo, desarrolló su popurrí ideológico llamado “capitalismo andino-amazónico”, una mezcla entre capitalismo de Estado y una especie de regresión al pasado con la producción comunal.

La liberal turca Ece Temelkuran, amiga de Hillary Clinton y su connacional Ertuğrul Kürçü, beneficiario de los fondos de George Soros, exaltador de la “democracia europea” y “milagroso sobreviviente” de la masacre de Kızıldere, en la que fueron asesinados grandes revolucionarios encabezados por Mahir Çayan.

También, dentro de la “Internacional Progresista”, se encuentra un sinnúmero de grupos feministas, cuya tarea es dividir a los trabajadores entre hombres y mujeres ocultando la existencia de las clases, y de esta manera, hacer propaganda de la conciliación entre proletarios y burgueses.

Y lo que no podría faltar, sindicatos amarillos, la piedra en el zapato de las luchas obreras.

Una vez más los socialdemócratas se preparan para curar las heridas del capitalismo en crisis económica

Es lícito preguntar ¿por qué justo ahora están saliendo de sus madrigueras estos oportunistas? Esta propuesta de la “Internacional Progresista” no cayó del cielo. Intentan, por supuesto, pescar en río revuelto, en los inicios de una de las crisis de sobreproducción más importantes ocurridas en la historia.

Para poder comprender la gravedad de la crisis, en primer lugar, veamos la producción industrial de los principales países imperialistas, y luego revisemos la situación de América Latina.

Comencemos con los Estados Unidos:



Como podemos constatar, la producción industrial en Estados Unidos ha estado cayendo progresivamente. El ciclo de producción ya había entrado en declive desde el año 2019. La economía estadounidense había entrado en una crisis de sobreproducción, incluso antes de la pandemia de COVID-19.

Ahora veamos los números de China, el rival imperialista más importante de Estados Unidos, en la misma categoría:



En este país la situación es diferente. China no estaba en crisis antes de la pandemia. Sin embargo, el esparcimiento del COVID-19 tuvo un impacto dramático en su economía, lo que derivó en una crisis de sobreproducción de la que ya se está recuperando ya que que logró controlar la propagación de la enfermedad.

En Japón la situación es mucho peor. La economía japonesa también tiene, actualmente, una crisis de sobreproducción:



Alemania es otro país imperialista que tuvo una crisis de sobreproducción antes de la pandemia de COVID-19:



Para no extendernos tanto, mencionemos el hecho de que las economías de otros países imperialistas como Inglaterra, Francia y Rusia, también se encuentran en una situación similar y pasemos a América Latina.

Comencemos con Brasil, el país con la economía más grande del continente:



Al observar los datos de la producción industrial, podemos llegar a la conclusión de que la economía de Brasil estaba en una crisis de sobreproducción antes de la pandemia de COVID-19. La aparición del virus solo empeoró la situación.

Sigamos con México, el segundo país más grande del continente:



La economía mexicana ya estaba en una situación terrible mucho antes de la pandemia. No es difícil prever que los efectos del virus en México serán devastadores.

Ahora echemos un vistazo a Colombia:



Vemos que la economía de Colombia no estaba en una crisis de sobreproducción antes de la pandemia, pero también vemos que la pandemia tuvo un gran impacto en la producción industrial, la cual cayó de manera abrupta. Ahora, indudablemente, el país está en una crisis de sobreproducción.

Y esta es la triste situación en Argentina:



Dejando de lado la caída drástica de la producción industrial a partir de la pandemia, también tenemos que tener en cuenta las deudas de Argentina, que llevaron al país a la quiebra.

Chile es el único país de América Latina que, según las estadísticas oficiales, aún no ha entrado en una crisis de sobreproducción. Sin embargo, los últimos datos muestran una tendencia nada sorprendente: que la producción industrial está disminuyendo vertiginosamente. Debemos esperar las últimas cifras para llegar a una conclusión definitiva.



En resumen, podemos decir que la economía mundial capitalista está en una crisis de sobreproducción, y que la mayoría de los países de América Latina no escapan a esta realidad. Pero la crisis de sobreproducción es sólo una parte del problema para la burguesía latinoamericana, cuyos gobiernos y grandes empresas acarrean enormes deudas con acreedores financieros, originarias de países imperialistas como Estados Unidos, China o Inglaterra, entre otros.

En términos marxistas, esto significa que la burguesía de los países latinoamericanos tiene que dar parte de la plusvalía que extraen de sus trabajadores (en forma de ganancia industrial) a sus acreedores (bajo el modo de interés). Tienen que hacer esto en medio de la mencionada crisis de sobreproducción global, cuando las tasas de ganancias están en su nivel más bajo.

Si bien, algunos de los países imperialistas pueden usar el poder del Estado para salvar a sus empresas más importantes, ya que sus presupuestos pueden permitírselo, la mayoría de los países latinoamericanos, al igual que otros países dependientes de todo el mundo, carecen de esa posibilidad. Esto significa que solo las empresas más grandes podrán resistir una situación económica tan desfavorable. Quebrarán cientos de miles de pequeñas empresas, cuyo capital será comprado y cuyos mercados serán capturados por compañías más grandes. En otras palabras, se incrementará la monopolización en los países de América Latina.

Este es el escenario real del continente, opuesto a la utopía reaccionaria de los socialdemócratas, enquistados en el Grupo de Puebla, de “una sociedad más justa, más solidaria, más igualitaria”.

Muchos campesinos no podrán pagar sus deudas, no podrán vender sus productos en el mercado, e irán a la quiebra; perderán sus tierras, sus animales, sus medios de producción; migrarán a las ciudades en búsqueda de empleo, convirtiéndose en proletarios, con nada más que vender que su fuerza de trabajo.

La burguesía de los países de América Latina, para aumentar sus ganancias y cumplir con el pago de sus deudas, tratarán de explotar a los trabajadores de manera aún más agresiva.

Es muy obvio que cuanto más se desarrolla el capitalismo, tanto más agudas son sus contradicciones, y más irrealizables se vuelven los “proyectos altruistas” de reconciliación entre la burguesía y el proletariado propuestos por la socialdemocracia, quienes nunca se han preocupado demasiado por la veracidad de sus propios planes.

El basurero de la historia está lleno de “teorías” socialdemócratas refutadas por la vida misma. La verdadera preocupación de la socialdemocracia es poder desempeñar el papel que le otorga la burguesía, y no hay menor duda de que los capitalistas los están llamando a que cumplan con su deber.

Basta recordar las protesta de las masas que tuvieron lugar, antes de la pandemia, en Ecuador, Chile y Colombia. Tomando en cuenta la agudización de la situación económica descrita, no es difícil adivinar la llegada de una gran ola de protestas en todo el continente, que podría ser capaz de arrasar con los gobiernos de derecha ahora impuestos en América Latina.

Como los mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses, de la que supuestamente tratan de desligarse, el Grupo de Puebla, y la consiguiente e inminente Internacional Progresista, sirven como generadores del apoyo de la burguesía dentro del proletariado. La Internacional Progresista se trata nada más que de la sucesora de otras organizaciones multilaterales de la socialdemocracia como el Foro de Sao Paulo, en sus múltiples intentos por privar al proletariado de su legítimo derecho a asumir las riendas de sus países para construir el socialismo.

Ya han visto los burgueses, pequeñas pero significativas muestras de la violencia de la que son capaces las masas. En Chile, durante más de un mes, miles de manifestantes dejaron en el insomnio a más de un ricachón acomodado. Los mensajes filtrados de la esposa de Sebastián Piñera, que comparaba las protestas a una invasión extraterrestre, dejaban ver lo estupefactos que estaban los acomodados frente al proletariado y clases medias enardecidas en el que era vendido como “uno de los países más prósperos” de la región. Valiente farsa, propia de los mercaderes y publicistas de un sistema podrido que no se creen ya lo que venden.

En Brasil, más de lo mismo. Poco más puede mantenerse el derechista Jair Bolsonaro en el poder con sus políticas económicas fallidas, destinadas a complacer a las élites tropicales y, al mismo tiempo, mantener al gigante federal como proveedor de materias primas para los países imperialistas.

En Ecuador, el Presidente Lenin Moreno declaró nuevamente una serie de medidas que facilita a los patrones locales a extraer más plusvalía de los trabajadores y a los prestamistas extranjeros y locales a embolsillar sus ganancias financieras, pero declarando a su vez la sentencia de muerte de su propia Presidencia en corto o mediano plazo.

Y si uno pone la lupa en cada país, verá un escenario similar al que hemos descrito.

Sin embargo, la burguesía tiene una experiencia histórica. Para los capitalistas la caída de un gobierno no es el fin del mundo, pero ¿qué sucede si las masas quieren ir un paso adelante? ¿Qué sucede si, incluso en ausencia de un verdadero partido comunista, las masas utilizan su creatividad revolucionaria?

Ante esa posibilidad, como tiburones que huelen la sangre, entran en escena los socialdemócratas como el Grupo de Puebla, que se vende como el organismo contrario a la derecha. Sabemos que la socialdemocracia es la constructora de los puentes que conducen al fascismo en los países en crisis. Con un discurso lleno de retórica de izquierda tratarán de contener al pueblo hasta que las cosas se calmen para dejar otra vez la escena a la derecha.


El oportunismo es el enemigo principal de la revolución

Esto no es un fenómeno nuevo, ni algo que solamente pasa en América Latin, es un fenómeno mundial. Lenin, en el II Congreso de la Tercera Internacional, al desenmascarar el oportunismo de los socialdemócratas de su tiempo, decía:

“Nuestro enemigo principal es el oportunismo. El oportunismo en las altas esferas del movimiento obrero no es socialismo proletario, sino burgués. Se ha mostrado en la práctica que los políticos del movimiento obrero pertenecientes a la tendencia oportunista son mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses. La burguesía no podría mantenerse si ellos no dirigieran a los obreros3. (La negrilla es nuestra).

¿Por qué los socialdemócratas son los mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses? Porque la burguesía necesita un apoyo dentro del proletariado y la socialdemocracia lo regala a los burgueses.

En una misiva dirigida al movimiento comunista alemán, Lenin agrega que:

“(...) Sin apoyo dentro del proletariado (por medio de los agentes burgueses de la II Internacional y de la Internacional II y media), la burguesía de Europa Occidental y de Norteamérica es incapaz de retener el poder”4.

Por esta razón, la socialdemocracia juega un rol crítico para el capitalismo.

Recordemos las palabras de Stalin:

“Es erróneo, en primer lugar, suponer que el fascismo es tan sólo una organización de choque de la burguesía El fascismo no es sólo una categoría militar-técnica. El fascismo es una organización de choque de la burguesía y que cuenta con el apoyo activo de la socialdemocracia. La socialdemocracia es, objetivamente, el ala moderada del fascismo.

No hay razones para suponer que la organización de choque de la burguesía pueda obtener éxitos decisivos en los combates o en la gobernación del país sin el apoyo activo de la socialdemocracia. Tampoco hay razones para suponer que la socialdemocracia pueda obtener éxitos decisivos en los combates o en la gobernación del país sin el apoyo activo de la organización de choque de la burguesía. Estas organizaciones no se excluyen, sino que se complementan. No son antípodas, sino gemelas.

El fascismo es el bloque político tácito de estas dos organizaciones fundamentales, surgido en la situación creada por la crisis del imperialismo en la postguerra para luchar contra la revolución proletaria. Sin ese bloque, la burguesía no puede mantenerse en el Poder”5.

Los pueblos de América Latina están cumpliendo y seguirán cumpliendo su deber, seguirán saliendo a las calles, no les falta el espíritu revolucionario, en cada crisis va girando hacia la izquierda; pero están rodeados, desviados y sofocados por pseudo amigos que les prometen llegar al socialismo manteniendo hasta el infinito el Estado capitalista.

Lo que necesitan los trabajadores, sobre todo en este continente, no es socialdemocracia sino comunismo. Lo que necesitan no es una Internacional Progresista sino una Internacional Comunista, con claro carácter y determinación bolchevique; y la construcción de esa Internacional, que debe ser compuesta por partidos verdaderamente comunistas, es imposible sin una lucha despiadada y sistemática contra los socialdemócratas de distintos colores, sin unir los trabajadores más avanzados de cada país bajo la bandera del marxismo-leninismo.

¿Por qué es esta la tarea de mayor importancia para el proletariado más consciente? Porque se trata esta organización de uno de los mayores frenos para el desarrollo amplio y más elevado de la lucha de clases. A través del financiamiento, han infiltrado la vanguardia proletaria de elementos oportunistas, carentes de la teoría comunista por falta de difusión de las ideas del socialismo científico.

La cooptación de la vanguardia proletaria por parte de la socialdemocracia supone, por supuesto, la ralentización de la conformación de una vanguardia comunista.

Colectivo Avrora

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1Defensa del grupo de Puebla. Recuperado de: http://www.defesanet.com.br/gi/noticia/34607/Grupo-de-Puebla---Declaracion-de-Puebla/
2Ibid.
3 V. I. Lenin. Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Internacional Comunista. Obras Completa, tomo 40, pp. 238-239.
4 V. I. Lenin. Carta a los comunistas alemanes. Obras completas, tomo 44, pág. 97
5Stalin, Jospeh. La situación internacional, en Obras Completas, Tomo 6, pág. 96.